Número conmemorativo del segundo aniversario
Exilio. Solo las nubes pasaban por encima de su cabaña. Las criaturas miméticas, seres de metal y cables que imitaban el comportamiento animal de su extinta contraparte, fueron reprogramadas para evitar el área. Las personas, poco a poco se olvidaban de él.
Ovidio lloraba por las noches sin saber que acontecía afuera, allá a lo lejos de su isla. Cuando las lágrimas le privaban del sueño, tomaba lápiz y papel y en un pasaje escribió:
«¿Qué salió mal?, si obré por corazón en busca de un mejor entendimiento al planeta. Mi amigo Alejandro, quien gobierna la mayor potencia, me desterró. Ha pesar de ello, no veo rencor, ni paz, salvo duda.
«¿Cómo he de llamarte ahora?, si no te veo como un amigo.
«¿Cómo he de llamarte ahora?, si no eres un desconocido tras el tiempo que pasamos.
«¿Cómo he de llamarte?, dímelo tú. Pues yo no puedo juzgarte ni como enemigo.»
Ovidio deseo seguir escribiendo, pero el pulso le estropeaba la caligrafía. No era la enfermedad reclamándolo, ni las telarañas en su cabeza que daban hilo a sus palabras. Eran las emociones que lo hacían dudar. Salió de su cabaña.
La luna ocultaba su rostro ante la Tierra. Ovidio se guio en la oscuridad gracias al sonido de las olas de mar. Descalzo caminó. La arena era fría bajo sus pies, y el viento no le invitaba a querer ser abrazado. Se tiró ante el océano, incapaz de ver más allá. Hacía años que abandonó el pensamiento científico. Gracias a una gran biblioteca de poesía, sentía de otra forma su mundo decadente.
El pasto no es verde por la vida, pensó, fue porque así lo programamos. Una el agua del mar se le subió hasta los labios. Era un sabor artificial y extrañado. Al no encontrar la fórmula para replicar el sodio, se buscó un sustituto a lo salado. A los peces miméticos y a las personas pareció no impórtales, así que nadie notó el cambio.
Miró el cielo, a las estrellas, y se preguntó si eran reales o si en algún punto a un equipo de científicos e ingenieros se les asignó la fabricación de ellas. Una estrella resplandecía más que las demás, y en un parpadeo, desapareció. Las olas de mar se detuvieron, junto con el viento, anunciando una presencia.
—No temas, humano. —dictó una voz. Su acento era neutro. Fluido y lejos de lo mecánico. Ovidio, ante el destello de luz que se sobreponía en la oscuridad, se levantó.
Empapado, más de melancolía que de agua, vio a un ser delgado y blanco. Era como ver un holograma. Era calvo y su piel brillaba en una estela blanquecina, no supo cómo referirse, en el rostro no encontró ningún sexo.
—¿Quién te envía ser que desconoce mi lucha? —preguntó, esperanzado de que fuera un programa de parte del gobierno que reclamase su rescate. Siempre lo soñó así. En el punto más pálido, en la hora más gris, la humanidad lo reclama para a curar el mundo.
—Soy un heraldo de mis Maestros, quienes cazan estrellas moribundas.
—Nuestro sol… —dijo alarmante— ¿está por morir?
—Para los de tu especie, aún queda tiempo. Su planeta, por otra parte, no. Notamos que su núcleo se ha sobrecalentado, creemos que se debe a un desequilibrio en su ecosistema.
Ovidio tenía muchas preguntas y tan poco tiempo. Su ilusión de ver como no era reclamado por los suyos, que no le dieron ese perdón, le bloqueo.
—¿Y qué quieres que yo haga? ¿Que abandone esta isla y le advierta al mundo que vamos a morir? No, estoy mejor aquí.
—Toma mi mano —ordenó el ser.
Ovidio, asustado, obedeció. En menos de un pestañeo estaba en su hogar, en su caballa. Podría jurar que era un ser holográfico, proyectado desde una nave espacial, pero cuando lo tocó se sentía vivo. Era como pasar la mano por vapor, y como tocar una roca. El ser se paseó por la sala de estar. Se dedico a observar los poemarios, pinturas y cartas.
—¿Por qué abandonaste la razón por algo más “emocional”?
—Todo el mundo lo hizo. Yo solo me estaba demorado.
«Cuando Alejandro y yo construimos las abejas mecánicas, al ver que nos quedaban diez reales en todo el mundo, teníamos el propósito de mejorar. Nos aplaudieron por alargar nuestro tiempo de vida en el planeta, por embellecer una catástrofe.
«Pronto, los teléfonos no paraban de sonar. Todos querían su animalito metálico. Perros, vacas, gatos. Como tú, yo fui un heraldo. Razonaba con mi gente. Las mascotas generan más campos electromagnéticos, las ondas alteran la paz de los de carne y hueso. El ganado dispara mucho más metano incluso en su uso limitado.
«No escuchaban, solo vivían el resultado de esos atajos. No leyes de Mendel para buscar una mejor leche, no adiestramiento para un mejor amigo de cuatro patas…Y cuando dejaron de respetar la fauna, la flora fue menos aún.
«Y pienso que quizás fue por esto que Alejandro me desterró. ¿cómo iba a tomar mis ideas?, él ascendió de puestos, su nombre estaba en todas partes, ¿Qué dirían de él, cuando vieran que su mano derecha abogaba por el fin de las máquinas por el bien de lo natural?
«Una mañana, decenas de abogados tocaron a mi puerta. No recuerdo todo el sermón, y las palabras de los contratos se me escaparon, pero estaba preso por traicionar a la humanidad, a su nueva corriente.
«Se me dio a escoger. Una prisión donde sería obligado a seguir trabajando y a enseñar mi ciencia a otros más o un exilio bajo mis propias condiciones. Supongo que Alejandro metió mano en eso para que mi condena no fuera un poquito peor.
«Al ver como los demás abandonaron la lógica, también opté por ello. Me dejé llevar por la poesía para ver mundo con nuevos ojos, pero no lo fue. Desconozco si sufro más ahora que antes. ¿Qué pesa más? ¿Saber que tu inteligencia fue el clavo para cerrar el ataúd? ¿O buscar desesperadamente aquello que alguna vez tuviste y ya no volverás a sentirlo?
«En la ciencia, no existe el alma. En la poesía, no nace lo coherente. Si el fuego surge, es por reacciones químicas, impulsadas por la combustión ante el oxígeno, combustible y el calor. Si mi cuerpo se calienta, ante esta brisa hostil, ¿faltaría un recuerdo para que mi carne arda?, ahí no, solo en en alma.»
El ser contempló a Ovidio que se recostaba sobre el sofá y era invadido las penas. En unos libros de biología, encontró algo importante: información sobre el carbono y otras especies.
—Creo entender, y por ello, me tengo que retirar. ¿Te importa si me llevo esto? —Ovidio no respondió. El viento volvía a soplar y escuchaba el mar. Alzó la mirada, y notó como algunos libros y el ser habían desaparecido.
***
—¿Tuviste suerte, mi heraldo?
—Era otro de mente cerrada, o “envenenado del corazón”, como leí en estos libros.
—¿Entonces aprendiste a leer también?, fascinante.
—Al ver que nadie cooperaba, tuve que ingeniármelas. Si su presente no quiere hablar, buscaremos en su pasado. En el futuro serán recordados, a pesar de este inútil capitulo.
—¿Quieres ver cómo se destruye el planeta? Es muy inusual presenciar tal caos.
—No, Maestro. Tengo que recrear estas formas de vida, para nuestra galería.
—Sin duda tienes un arduo trabajo. Es una pena que un planeta tan diverso termine de esa forma. Era curioso, ¿sabes?. La llamaban Tierra, aunque principalmente estaba cubierta de agua. Quizás si sus ancestros no hubieran abandonado…Perdóname, estoy divagando.
—Maestro, tengo una pregunta. Si por algunas circunstancias toda la flota sufriera una especie de fallo, y yo me empeñe tanto en querer arreglarlo que incluso tengamos que cambiar nuestra forma de vida, ¿qué pasaría?
—Si eso llegase a ocurrir, habría una asamblea para nombrarte Maestro, para que nos enseñes y guíes a una nueva corriente. Pero, es poco probable. Hace eones que no ocurre.
—Gracias, maestro, paso a retirarme.
—Puedes irte. Quizás termines tu labor a tiempo para ver el adiós de este sistema. Se le extrañara, aunque nadie llorara por la ausencia de la Tierra.
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