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Foto del escritorUriel Velazquez Bañuelos

Bolsa Para Un Cadaver

07 de Mayo del 2017


 


 

Desde la distancia, un hombre ajeno al paisaje que lo rodea, logro divisar. Sus pasos mecánicos, por la bolsa que lleva a sus hombros, y el hedor que de él emana, ahuyenta toda la vida a la que su sombra mal figurada intenta llegar. ¿Qué lleva consigo ese hombre?

Pasa frente a mí y espero. Sus ojos desorbitados y sus ropas normales no me dicen nada que complazca mi pregunta. Mido la distancia que hay entre sus pasos y los míos. Me levanto de mi asiento y comienzo a seguirlo.

El hombre camina con total libertad, como si aún no supiera de mi existencia. Entra a un bar. Afuera, espero a su salida sin deberle tiempo a nadie. Cada vez se hace más noche, el manto del cielo es decorado por tenues estrellas. Como un cliente más, decido entrar a ese sitio.

Sin que el sonido de mis pasos cause molestia en los recuerdos de las personas y sin que mi cuerpo robe las miradas perdidas en el alcohol, me siento en un sofá para seguir observando al hombre de la bolsa negra. Nuevamente me levanto de mi lugar y camino entre la multitud. El sujeto sigue sin verme, tampoco miro a la bolsa, por más chupitos de tequila que bebe, parece estar seguro de que la bolsa permanece allí: varada…

A sólo un movimiento de mi futuro robo, cargo fuerzas en mis brazos y me posiciono bien con mis pies. Dios sabe lo que yace ahí adentro. A por como cojeaba, podría ser lingotes de oro. A como olía, podría ser el cadáver de alguien a quien haya asesinado.

De un jalón, me hago con la bolsa. Corro de ese lugar mientras una voz ronca, ahogada por sentimientos encontrados, me pide que regrese. Pero es demasiado tarde: estoy lejos de todos aquellos que susurran sus penas.

Corro para llegar a casa: un pequeño departamento en el cuarto piso de un edificio en el centro de la ciudad. Ya en mi hogar, en plena sala, dejo caer la bolsa. Es curioso, porque no sé si sea por la adrenalina o no, pero esa bolsa fue más ligera de lo que pensé. Apenas sudé por el esfuerzo. Ni si quiera dejó un dolor en mi espalda, como si cargara algo pesado.

Al tirar la bolsa al piso, noto la ausencia del ruido. También, su hedor se extiende por toda la habitación. Su aroma es áspero, cansino, pero a su vez acogedor. El olor de la vida.

La abro por completo. Y ningún cadáver y ningún material valioso, sólo cartas y más cartas. Ni mapas del tesoro, ni documentos importantes como herencias, sólo poemas con ideas perdidas y diarios de un amor olvidado.

Mi necedad me obligó a seguir buscando. Estaba seguro que en alguna de esas cartas yacía una pista secreta, algo que con sólo leerlo lo demás cobraría sentido y me revelaría la gran fortuna que esconde. Pero una carta, con rosas y raíces a sus alrededores, me hizo desvanecer mi idea. Decía así:


“He de mí el día en el que no te vea,

Pues temo perderme en el camino de locura.

He aquí, lo que más me abruma,

El no querer olvidarte nunca.

Que mis días sean cansinos si no sé nada,

Pues mi memoria es finita

Y recurriría a la agonía

Con tal de solo recordar un fragmento de ti, mi amada.

No existe sueño que rivalice contigo,

No he escrito, ni escribiré carta alguna que robe tu esencia,

Pues he ahí, el secreto que más te confió,

Ni una idea, ni un deseo mío, será tu verdugo.

Quizás, estoy exagerando un poco,

Porque dirás que esto no tiene ni pies ni cabeza,

Mero pensamiento de un loco.

Pues al igual que tu belleza

Estás en lo más cierto. /Estoy loco por ti.

Que tus ojos sean testigos

Y tus labios los jueces

De algo ajeno a nosotros.

He de mí, el día en que te olvide,

Pues temo a que no volveré a recordar, lo que significa amarte de verdad.”


Devastado, meto todas las cartas a la bolsa negra. La llevo a mis espaldas y salgo de casa con la falsa esperanza de que volveré a encontrar a su dueño. Conforme más largo el viaje, más pesado se hace la bolsa. Sé que sólo son simples cartas, pero es como si en mis hombros llevara el cadáver de un hombre.

 

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