top of page
Foto del escritorUriel Velazquez Bañuelos

El detective onírico

Black Eye #1 ¿Quien mató a Dick Laurent?

 


 

La rutina de la noche tocó a mi puerta. Le esperaba desde que se cayó su primer cabello. Entró con calma. De tintes negros y grises ella vestía, y su rostro se ocultaba tras un velo. Sus labios rojos saltaban a la vista. Traían consigo un par de palabras ardientes:


—Escuché que eres bueno encontrando cosas. —Su aliento se mezcló en la habitación. Encendí un cigarrillo, era el cuarto de la noche. Agregué:


—Eso depende, —Antes yo probara mi cigarro, la chica me lo quitó de los dedos. Dejé probará más de este mundo; Ella era nueva, su aura me lo decía. Cuando suspiró, continué— mientras más pequeño más difícil. No le puedo garantizar mi éxito, Señorita… —Dejé que ella se presentará. En las tierras oníricas, cuanto más recuerdes más fácil es dar con uno mismo.


—Dolores, y dígame señora, por favor. —Comentó. Le pedí una explicación, pero no respondió. Miró la ciudad desde la ventana; se formaban charcos donde rebotaban las luces, un viento susurraba y la tierra respiraba con cada gota de lluvia.


—De acuerdo, señora Dolores. —Traté de adivinar, esperanzando que algo reviviera en ella. Su cuello era largo y desnudo, y sus dedos estaban helados. —¿Perdió un collar de perlas, un anillo? ¿Qué fue, Dolores? —Entonces ella recordó; la reina de su propio sueño.


No escuché las gotas de lluvia caer y el humo quedó estático, como si estuviera esperando al batir de las alas del ventilador. La temperatura decaía, el frío penetraba como agujas; mi piel ardía. Dolores solo me miraba. Las sombras a su alrededor crecieron.


El hielo me ralentizaba. Poco a poco fui acercándome a mi pistola, que yacía en el cajón del escritorio. Dolores era consciente de mis intenciones. Se acercó y vi los huesos en su rostro. Tomé el arma y antes de disparar, se quitó el velo para gritarme: «¡¿Puedes encontrar mis ojos!?» La figura era una bastardización de su estado mental.

El disparó la hizo despertar, de ella solo quedo el silencio. Mi corazón latía con desesperación, sus uñas casi penetraban mi cuello. Cerré los ojos y recordé su rostro. Ella tenía ojos, pero estaban opacos. Me limpié las heridas y salí de mi oficina. Una mente perturbada no logra el sueño, ella debía de estar despierta.


Por la ciudad onírica, soy un refugiado. Seguí el aroma de Dolores; cigarro, humedad y pena eran mezclados en un solo perfume. Cuando di con el área, abandoné la ensoñación y como una sombra me moví por el mundo de la vigilia.


En otro tiempo, en otro lugar, yo era un humano. Había tenido una mala racha y gracias a un un pactó mal logrado dormir para siempre. Hasta que mi cuerpo real se hizo polvo y mi imagen cobró sentido cuando alguien más me soñó. Desde entonces, me aferró.


Fui a parar a unos departamentos, en el centro de la ciudad. Me moví como una sombra. Los rastros oníricos se transmutaron al pasarse a la vigilia. Caminé por los pasillos parando oreja. Cada habitación era un mundo. En el cigarro, había parejas teniendo sexo, o una noche de póker. En la humedad, familias llorando o gente haciendo ejercicio. Y en la pena nada más que deudas y ansiedad. Los aromas estaban por separado, pero no unidos. Hasta que por fin respire del perfume de la dama de negro.


El llanto de Dolores era un susurró. Me adentré a su cuarto, y la miré de cerca. Estaba despierta, en medio de la cama. Se abrazaba así misma, y se retorcía por el frio. Fui al baño y jugué con las luces de la habitación. Un fantasma había enseñado el truco. La luz la encandilaba. Se levantó y maldijo las fallas eléctricas. Cuando Dolores quiso apagar la luz, para retomar su rutina de lamentos, su reflejo en el espejo la congeló; no se reconoció.


Dolores era joven, lo sabía por su aliento; suspiros que venían del corazón. Aunque su apariencia decía lo contrario. Su piel era áspera y sus cabellos se caían por el estrés. Y en sus ojos no tenían brillo. No soportaba mirarse a sí misma.


Aprovechando el tiempo que ella tomó para verse, di una inspección más minuciosa. En las fotografías ella solía usar un collar. Pero no tenía más indicios del porque dejó de usarlo, era claro que no fue por moda. Me acerqué a la cama, para respirar los sueños de varios ayeres. Debajo de la almohada di con una fotografía íntima; su boda. Dolores vestía de blanco, dejaba ver su rostro alegre y sus joyas. Quien tenía las respuestas, debía ser el novio y a juzgar por la ausencia, sólo podía encontrarlo en un lugar.


A la noche siguiente, cuando Dolores concilio el sueño, la llamé a la oficina. Le ofrecí un cigarrillo. Sonaba tan calmada, como sí no recordara que casi me arranca el cuello, como si olvidara como era el mundo allá afuera. A juzgar por se hospedaba, tenía una corazonada, pero no actúe sin antes preguntar:


—Señora, Dolores, ¿Tiene problemas con el dinero? —ella asintió, dejando caer una lágrima. Había algo más que eso. En medio de la habitación, tracé líneas con sal, donde en cada esquina encendí velas. Cargué mi arma y a Dolores la rocié con la poca agua bendita que me quedaba. Las palabras del conjuró estaban grabadas en mi memoria, pues fueron las que me despidieron de la vigilia, del mundo de los despiertos.


Ante nosotros emergió un demonio, sorprendido de verme aún con “vida”. Negociar con él no fue fácil. Era como engañar a un viejo amigo con la misma broma. Solo cedió porque el alma que necesitábamos no era de su departamento; prefería joderle los registros de su compañero antes que recibir una ofrenda. El demonio se marchó, dejando un rastro de humo. Y de aquella negrura apareció el amante de Dolores.


—¡Johnny! —gritó Dolores. Saltó de la silla, quería abrazar a su amante, pero la detuve. A pesar de las medidas, no debía cruzar la línea de sal. Aunque fuese la imagen de su amor, su mente venía de donde las tinieblas quiebran hasta a los ángeles. Ayudé a Dolores a recuperar el ánimo, solo pudo decir: «Pensé que me habías dejado por alguien más»


Las velas estaban por apagarse, por lo que intervine. De no cerrar la herida a tiempo, Dolores se perdería en vida, buscando en vano el brillo en sus ojos. Pues si no lo haya en los sueños, el hogar de los extraviados, ¿Dónde más seria?


Johnny parecía ser consciente de su tiempo, por lo que fue al grano. Volteo a ver a su mujer, y dijo entristecido:


—Metí la pata, cariño. Hice tratos con la gente equivocada. Tomé tus goyas para tener dinero que apostar y perdí. —Antes de que el fuego consumiera las velas, añadió— Te extraño mucho. Por favor, sé fuerte, mi pequeña estrella.


Dolores trató de abrazarlo, pero el fuego se apagó. Sollozando, se sacudió la sal del vestido. Le ofrecí un pañuelo con el que limpió su rostro. Saber la verdad no resolvería nada, pero ella volvía a tener esa chispa en su interior. Me volteó a ver, esperando una tarifa por mis servicios, a lo cual, solo pude responder: «Así como he llegado a ti, comparte este sueño a otras almas perdidas, pues yo vivo por ustedes. Ahora despierta y sigue adelante».

 

11 visualizaciones0 comentarios

Comments


bottom of page