No.01
Es el año 2033. La humanidad perdió su único hogar. Distintas colonias espaciales se localizan por todo el sistema solar. Cada colonia alberga un grupo de personas de creencias iguales.
El ministro de comercio Armstrong vuelve a su colonia natal Nueva Georgia, luego de transportar suministros de sangre a cambio de semillas, medicina, y un enorme paquete sellado. Viajó desde la colonia de Kintsugi, al borde del cinturón de Orion, hasta la Luna Solitaria. El viaje le tomó cinco años T.T (Tiempo Tierra), a pesar de que fue largo, considera que valió la pena.
Mientras su nave espera la aprobación de la frontera, Armstrong habla con el guardia. Armstrong está feliz de volver a casa. Le habla de como extrañaba a su familia, las juntas vecinales, tener que levantarse temprano para saludar a la bandera, y hacer exámenes médicos. El guardia le responde, menciona que nada de eso ha cambiado; todo sigue como antes. Armstrong se alegra, pero los golpes que provienen de la bodega de su nave, lo interrumpen. Armstrong corta la llamada, escudándose con que tiene que ir al baño.
Armstrong, con palo en mano, llega a la bodega. Encuentra el paquete con el sello roto. El interior de la caja de metal huele a orines y mierda. Los laterales están sucios con sangre y vomito. Y en la esquina, un tubo gotea agua y avena.
Armstrong empuña el palo con todas sus fuerzas. Al borde de la caja metálica hay huellas. Compara su pisada con la de la criatura que estaba encerrada. La mancha de su bota no llega a la mitad. Armstrong imagina una criatura alta, fuerte. Pero la curiosidad lo invade; quiere saber como es realmente.
A media que sigue las huellas, mira las otras cajas rotas. El sonido de la criatura masticando le hiela la piel.
—¿Un Negro? —Dice Armstrong al verlo en cuclillas y tragando las semillas. Cuando esté lo escucha, se pone de pie.
Armstrong mira al negro, ve como le tiembla la mirada y labios, no sabe si gritará o llorará. Es el doble de alto que Armstrong, pero delgado, los huesos de sus piernas apenas pueden soportar su propio peso. Armstrong está paralizado, una lágrima brota de su ojo. El negro observa como Armstrong suelta el palo, y en ese momento, grita y carga contra él.
Armstrong cierra los ojos; la tristeza y la decepción ha dominado sobre su miedo de no ver su familia. Lo escucha correr, sabe que el negro lo va a moler a golpes. Pero escucha más pisadas detrás suya. El sonido de los disparos sacude el cuerpo de Armstrong. No quiere abrir los ojos, sabe lo que hay: Oficiales de la frontera rodeando a un cuerpo inocente, un cuerpo que no pertenece aquí. Armstrong se desmaya, quiere que todo sea un sueño.
El gobierno, El águila Blanca, fue generoso con Amstrong y su familia. La noticia del incidente corrió como la pólvora. Amstrong recibió un mes de vacaciones y terapia pagada. Y el pueblo, su gente, se empatizaron con su lucha.
Ahora, Amstrong sale de la cita terapéutica. Camina por su vecindario, y a donde sus ojos lo permiten, desconfía de los hogares. Las palabras del terapeuta, palabras que giraron torno a la seguridad. Todo sigue como antes, se dice mientras camina, ¿Cómo era antes esta vida? Amstrong desconoce a cada vecino que lo saluda, desconfía de su bandera que se ondea con el viento. No lo puede más. Amstrong entra a una casa. Los inquilinos se sobresaltan por su presencia, le preguntan que si esta bien. Amstrong los ignora. Explora el hogar buscando eso, lo que siempre ha estado más nunca ha visto. Y al subir, en el rincón oscuro del ático, encadenado encuentra a una persona de color. La poca piel que sale a la luz deja ver sus cicatrices.
La paranoia vuelve a Armstrong de golpe, como una gran ola que se lleva todo consigo. Sale del hogar, y camina por el vecindario. Su nariz se tapa, y su boca se aprieta, tragando poco aire. Sus ojos rebotan en cada casa, imaginado lo peor: En un ático, sótano, o incluso en la sala de estar, un esclavo debe de haber. Lo sabe.
Quiere estar en cualquier lugar, menos en su aquí. Armstrong teme que, al volver a su casa y quizá en su habitación, su hermano el hombre esté atado de pies a cabeza, pidiendo lo que una vez todos tuvieron en la ya Vieja Tierra.
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