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Foto del escritorUriel Velazquez Bañuelos

La Muerte Del Observador

No.08 Realidad


 


 

“La física cuántica nos dice que nada que se observa no se ve afectado por el observador.”


El Apocalipsis ya viene, dice un periódico. La hoja está amarillenta, solo se lee el encabezado. Mark, termina el conteo de su inventario; las latas de atún, frijol, agua embotellada, y comida para su perro, le sustentarán alimento por un par de años más, pero se siente insatisfecho. Mira el periódico y se dice a sí mismo:


—Ya estamos ahí…


Mark apaga las luces, y cierra la habitación con llave. Se lleva consigo una 9mm y un cuchillo.


Echa un vistazo a su reloj de mano. La sincronización con los relojes de su casa es perfecta. Todas las manecillas marcan las 10:50:30.


—Quédate aquí Max —le dice a su perro, mientras desataba de su correa—, estaré afuera. En lo que voy por provisiones, cuida de la casa.


El rostro mal formado de Max, por ser una cruza entre un Pitbull y un Pug, apenas le deja respirar. Pero, con todo y eso, hace guardia.


Mark, aún parado en la puerta, tiene miedo de salir. Su pistola solo tiene tres balas, y su cuchillo apenas tiene filo, un corte apenas llegaría a los tendones (Lo sabe, no porque ya haya quitado una vida humana, si no, porque practica toda la tarde con un muñeco de gel). Siente que su vestimenta no es adecuada; el camuflaje es perfecto, pero a costo de su seguridad, pues no lleva chaleco o una máscara en caso de una radiación. Las gotas de sudor se resbalan por su rostro. Mark gira la puerta, y sale al exterior.


Afuera los pájaros cantan bajo un cielo de verano. Los niños del vecindario se pelean por acaparar la clientela, solo el negocio local de limonada les asegura un boleto para la película de superhéroes, y aquel videojuego de zombies. Sus padres están ocupados laborando en las oficinas, calculando las fluctuaciones de la bolsa.


Mark da pasos firmes, mirando a todas partes y a la vez ninguna. Tiene su mano cerca de la funda de su pistola.


—¡Mark! —lo sorprende su vecino.


Mark desenfunda rápidamente el arma, y le apunta. Su vecino está regando las plantas.


—Amigo, al fin te veo, ¿No fuiste a la junta de vecinos, el martes pasado, o sí? No te vi.


—Vete al diablo, Harold —exclama Mark—, tú y tus putas plantas. Que desperdicio de agua, por Dios —enfunda su arma, y continúa el paso. Y sin voltearlo a ver, añade—. Ni pienses que te daré una gota de mi agua cuando todo se vaya al carajo.


Harold piensa en las palabras de su vecino, y mira el paisaje que el día soleado brinda. Su mujer se asoma por la ventana, y le grita; el pie de limón ya está listo. Un aeroplano sobrevuela el vecindario, trayendo consigo un anuncio: el circo ha llegado a la ciudad.


—Bueno —dice Harold al cabo de un rato—, si estás libre esta noche, hoy se hará una pequeña reunión de Póker, al estilo Texas. Será en mi casa, tú y tus juguetes están invitados.


Pero Mark solo balbucea y sigue su camino, mientras su vecino silba sin ritmo alguno.



Al llegar al supermercado, un policía lo detiene. Le explica que no puede entrar portando armas, que atenta contra la tranquilidad de las personas. La pintura en el rostro de Mark no le ayuda mucho a pasar desapercibido.


—¡Ni hablar, estaré listo para lo que venga! —dice Mark, sus gritos expulsan más saliva que palabras—. ¿Qué no ven las noticias? No, claro que no, el gobierno nos esconde la verdad.


Un par de jóvenes, que pasaban por ahí con sus patinetas, se detienen a grabar la escena con sus celulares. Ya lo ven venir: “Boomer paranoico explota en Walmart”, más de un millón de visitas. Los chicos no son los únicos en reunirse, Mark acapara la atención de la gente, como si fueran polillas hacia la luz. El oficial que lo detuvo conoce a Mark, no es la primera vez que le llama la atención.


—…Y es por eso que los misiles van a caer, acabando con la vida, propaganda la radiación por todos nuestros vecindarios. ¡Despierten! ¡Tenemos que estar preparados!

Y sus ideas son cortadas por estruendosas carcajadas. Apenado, Mark mira a su alrededor la de gente que se juntó en tan poco tiempo. Entre las burlas, escucha los argumentos de las personas: “Es el mejor año” “La paz mundial” “Sigamos construyendo un mejor futuro”. El oficial extiende las manos. Mark sabe que es lo que tiene que hacer; le entrega sus armas. El oficial le regala un pañuelo, y Mark se limpia el rostro, revelando sus ojeras por tantas noches montando guardia. Mark pasa al supermercado, aún perseguido por las burlas, y compra una botella de ginebra.


Al llegar a casa, ve a su perro durmiendo en el tapete. Lo carga como si fuera un bebé, y ambos suben al cuarto, cambiando así la cama de piedra del búnker, por el colchón de su cuarto. Se recuesta junto con su can, y se traga la llave en un sorbo de su ginebra. No sabe si es el alcohol o el cansancio lo que le abriga el sueño, pero Mark duerme.


Un destello se cuela entre sus párpados. La luz lo obliga a despertar. Mark, con botella en mano, se asoma por la ventana; Nubes negras, que emergen de vehículos y casas en llamas, decoran un cielo rojo. Los gritos suenan más alto que las sirenas de policías. Desconoce que está pasando. Asustado, baja las escaleras y sale de su casa. Un aeroplano choca contra la casa del vecino. Mark sale volando por la explosión, junto con los restos de su casa. Los escombros le aplastan, no puede moverse. Sus oídos no dejan de zumbar, y el aire se le escapa. Mark pide ayuda, pero nadie responde.


—¿Qué está pasando? No lo puedo creer —se dice entre llantos.

 

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