No.01
Hay hambre en las calles, y eso me hace temblar.
La hambruna esta entre los callejones, en los hogares, y no es por falta de alimento. Si no, porque nuestros recursos escasean.
La electricidad fue el primero en irse. Y finalmente, junto con toda la civilización, el gas.
¿Quién diría que eso nos haría unos cavernícolas? Yo no…yo no…
He estado vagando de ciudad en ciudad, a ver qué encuentran mis manos; si tiene una textura suave y caliente, es comestible. Por lo contrario, terminaría con una intoxicación.
Gracias al humo de las grandes empresas, el aire que respira el ganado, y algunas plantas, se contaminó. En su tiempo, la prensa se dio cuenta de ello y mandó alertas a todo Cristo. Hubo filtros para hacer la comida más “comestible”. Eso significó hacer más trabajo de lo normal, y después, ya no había recursos para hacer esos chequeos diarios.
Camino entre el musgo y los cuerpos en putrefacción, y recuerdo cómo solían ser las tiendas y los parques. Su silencio me trae paz, de cierta forma.
Gracias a Dios, los primeros en irse fueron los bebés y los niños. Su cuerpo necesitaba de aliento para su desarrollo. Después, los viejos se dieron ante la falta de azúcar.
Y desconozco si aún hay mujeres, adolescentes…pero sé que están ahí. Aunque hace tiempo no he visto un rostro.
La última vez que vi una cara, me contó de una civilización cerca de la costa. Me dijo que habían montando unas granjas de insectos. En su tiempo, había leído un blog acerca de comer cucarachas y hormigas. En su tiempo, sonaba asqueroso. Ahora lo veo como una oferta que rechace de la forma más estúpida.
El silencio de la noche comienza a extenderse. Todo calla gracias a su manto crepuscular. Salvo algunas criaturas que se mueven entre las sombras y comerían cualquier cosa.
Me muevo en busca de refugio. Tiene que ser un lugar apartado, no muy cerrado.
Bajo el puente es lo más expuesto. En una vivienda, te arriesgas a ser saqueado, o en el peor de los casos a despertar en una jaula.
Miro a mi alrededor, y en el centro de la ciudadela, logro divisar un rasca cielos. Las ventanas de seguridad están rotas, y los pilares, infestados de humedad, lo hacen temblar. Es mejor que nada.
En la primera planta, un cadáver con un arma al lado me da la bienvenida. La pistola está cargada con...
Una…Dos…Tres…
Eso me basta.
De mi mochila, saco cinta gris y mi linterna de mano. Me sería más fácil tener una mano libre, por lo que tomo la linterna y la amarró al arma con la cinta que me queda.
Doy un profundo respiro y me aventuro por cada uno de los pisos.
En el piso 05, encontré megáfonos. Algunos con baterías y otros con la bocina hecha añicos.
En el piso 12, las escaleras estaban destruidas, por lo que tuve que rodear la planta y subir por las escaleras de conserjería.
Al llegar al piso 20, me plante el porque no me quedaba ahí a descansar. Escuche una patrulla de Moneros, y seguí subiendo.
Piso 38, una sala de conferencias vacía. Curiosamente llena de todo los alimentos. Salí del la sala, y con una lata de grafiti marqué una de sus paredes con una cruz. Fue mi punto de descanso, sólo que quería inspeccionar más.
Seguí subiendo, y cuando las cosas no parecían cambiar, recordé que me falto revisar el piso 0.
Ahí, encontré las baterías de reserva de electricidad. Y para mí suerte, había una llave que daba acceso a los controles de cada circuito. Un mapa de las instalaciones así lo decía. Coloque en apagado todo los botones, salvo el 38, y encendí las reservas de luz.
De vuelta en el piso 38, disfrute de la comida hasta llenar mi estomago. No había sentido tal gloria desde aquella cena de navidad en la casa de mi mujer. Revise el mapa que había tomado del piso 0, y no podía creerlo. Si esto es lo que encontré en los primeros pisos, no podía esperar a ver los otros 100.
Hice mi cama, encendí una pequeña lámpara, y saqué mi libro para que la lectura me guiara al sueño.
Un frio me despertó. Vino de las ventanas, donde me atreví a mirar al vacío.
A mis espaldas, sonó un timbre. La curiosidad me obligó a ir. Termine descubriendo un microondas. La luz de su interior me hizo sentir cálido. Si esa luz siempre podría brillar para mí, seguro que para los demás también. Sólo la tienen que descubrir.
Regrese por los megáfonos y los coloque apuntando a las afueras. También, pinté un camino por las paredes.
Me bañe de alcohol y aceite, y coloque una lata de atún en el microondas. Puse cinco minutos, no sé cuánto tiempo me tome para que todo esté listo.
Conté:
Uno…Dos…Tres...
Y el miedo me abrazo. Cerré los ojos, y conté mi última lectura:
Tomen y coman todos de el…
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