El Nahual errante #11 Serial Killer
Ella era consciente de lo que buscaba y las consecuencias que tendría. Lo había leído un millar de veces y experimentando otras más. Ella quería ser libre. Aunque su figura apareciese en las noticias y llevara el dolor y olvido a donde quiera fuese, seguía haciéndolo.
Frente a frente, con quien le daría una imagen más a su vida, le conectó el cable de alimentación neuronal por su orificio nasal. Su víctima era un chico que vendía cigarros en las calles. La chica vio cómo aquellos ojos violetas se enrojecían ante la descarga eléctrica. En cada fragmento de memoria que le extraía, el cerebro le pulsaba y sus huesos chillaban. Su víctima, por otra parte, estaba mudo ante el dolor; la corriente eléctrica evaporaba su sangre.
Pasada la operación, la chica susurró:
—Natasha. Mi nombre es Natasha.
Y una gentil lágrima brotó de sus ojos soñolientos.
Nat dejó el cadáver del chico en las calles, a modo de que alguien le reconociera al día siguiente.
Durante el trayecto hacia su departamento, Nat se sintió eclipsada por la ciudad sin sueños. Grandes edificios se arqueaban para que los rayos del sol no tocaran el asfalto. El único rasgo de clima, de la sensación natural por saber que hay algo más allá afuera, era la neblina. Gases hechos por el humano y sus máquinas, pero también había frío; un beso de despedida de la madre naturaleza; un recuerdo.
A cada paso, Nat era bombardeada con imágenes que se entremezclaban con sus memorias. El Software dentro de su cabeza la mantenía a raya. Ajustó el calendario para que solo los eventos del 27 de septiembre del 2089 llegaran a ella. ¿Pero cuánta agua de mar podría recoger de su vaso y que ésta fuera digerible?
Temblando, como un perro famélico, Nat entró a su departamento. Sabía que su cuerpo estaba bien, pero por la presión en su cerebro tenía escalofríos. Tenía la sensación de haber salido de un choque automovilístico, pero era algo más: una nueva persona intentando nacer dentro de su cabeza.
Ella se dejó caer sobre la silla, frente al ordenador. La máquina estaba a solo una tecla para continuar el proceso. Nat se conectó al computador, presionó enter y susurró algo que olvidaría mañana:
—Lo siento, Kevin. — Y la máquina drenó los recuerdos más profundos de su víctima, esos que yacen dormidos y jamás son despertados: la primera vez que abriste los ojos, la primera vez que enfermaste, lo que hizo que lloraras por primera vez y la última palabra gentil que le dijiste a un ser querido.
Nat sentía como el cerebro dejaba de hincharse, era como donar sangre, aunque ella nunca lo hizo dedujo que era la misma sensación; cuando algo tan vital sale de ti.
Cuando el dolor se aminoró, cerró los ojos. Sabía bien que la máquina no tardaría mucho, después de todo, su víctima tenía 19 años. ¿Pero qué es lo que hace vieja a una persona? La calidad de experiencias y sabidurías adquiridas, o solo un número imaginario que nos hace envejecer. ¿Qué es la calidad? Y antes de que se volviera a preguntar aquello, Nat durmió.
[…]
El pitido de la computadora la despertó. El traslado de información se realizó exitosamente. Nat se sentía ligera como un bambú, y fuerte como un roble. De un salto se despegó la silla y se preparó algo de comer. Mientras comía, encendió la televisión para escuchar lo que tanto esperaba.
Los reporteros informaron acerca de otro asesinato, donde el fallecido yacía con la mente en blanco y ojos rojos. No lo mencionan de forma directa, pues podría atraer el pánico en la ciudad, solo mencionan que “otros casos similares” (quince, para ser exactos) presentan los mismos patrones durante estos tres meses.
De manera automática, Nat apagó el televisor y navegó por Twitter, donde la palabra “Asesino serial” es tendencia. Miró distintos cuerpos de los cuales ninguno se le hizo familiar. Sólo son pobres diablos que estuvieron en la hora incorrecta en el lugar incorrecto.
Terminado su desayuno, Nat volvió al ordenador para conectarse al mapeado de construcción onírica. La M.C.O, fue un proyecto en desarrollo para ayudar a los pacientes con Alzheimer y/o estrés postraumático. Era lo único que recordaba de su pasado. Las respuestas yacían en ese software.
Nat sabía que este momento tendría que llegar algún día. Con cada víctima tenía una mejor perspectiva del asunto. Pudo haberlo hecho de uno en uno en sus respectivos días, pero decidió guardarlos y subirlos todos de golpe. Y sin más, inició el programa.
Los números binarios se ajustaron en los edificios como una nota de polvo. Nat se veía en la avenida Siempreviva, en el centro de la ciudad Azulina. Esto lo sabía porque un peatón, a su lado, tenía una llamada telefónica. Aunque Nat no recordaba con quién se comunicaba, ¿un amante, sus hijos, el jefe de su oficina? En su día, lo sabía, ahora solo es Míster Nadie quien llama habla solo por teléfono.
Ajustó el audio ambiental, reduciendo los niveles del volumen del tráfico y los anuncios publicitarios. En esa blancura se escuchaban centenas de conversaciones. Pensó que el sonido le iba a bastar, pero no fue así; subió al próximo nivel.
Nat activó el seguimiento ocular. Pronto, las personas dejaban de ser maniquíes y se enmascaraban de su antiguo yo. Una triste parodia de quienes solían ser; almas libres con los días contados.
Desde los puntos de vista, fue ajustando los ángulos, alienando a cada uno para tener una mejor perspectiva de su tragedia. Nat comenzó a recordar que aquello sucedió en las afueras del edificio de Industrias Necro Mente.
Dar con cada uno de los testigos no fue tarea difícil. Si había nombre, una búsqueda en Google bastaba para llegar a sus perfiles en redes sociales y Curriculums. Si tenía rostro, un escáner le guiaría a todas las fotografías donde apareciese.
Mientras las miradas se alineaban, Nat recordó a su primera víctima. Un pobre viejo llamado Alan, quien le había ayudado. El la encontró tirada en la basura, con un cable que le colgaba de la nariz. No necesitaba robarle la identidad para saberlo. Ella perfectamente sabía dónde estaba, y repetía entre llantos y maldiciones: Proyecto iris. Solo acudió a él, para dar vuelta atrás, pues aquel viejo la siguió hasta el bausero tras el incidente.
En decenas de ojos ella se miró a sí misma. De tez morena, con chinos que no se movían por el viento. Sus besos eran carnosos, había nacido para ser una buena amante, no para terminar sola y en el olvido. No creía en las imágenes que le daba el espejo de su baño, pero sí en ellos.
Frente a ella, estaba un hombre alto, de buen vestir y espalda firme.
—¿Cómo qué terminamos? —Escuchó el joven vendedor de cigarros. Y después, le susurró con una voz ronca, cansanda de fumar.
—Este es el fin, Natasha.
Un par de peatones pasaron y miraron cómo la chica se pegó en el pecho de aquel hombre. Las lágrimas brotaron, pero él no la volvió a tocar, ni le ofreció un pañuelo.
—Eres un peligro para mí —Prosiguió el hombre. Gracias a un periodista, que llegó a pasar ahí por mera casualidad durante su día de descanso, Nat supo que sus lágrimas tenían un nombre: Daniel Dubois, vicepresidente de industrias Necro Mente.
—Eres un cerdo egoísta. Después de todo lo que hice por ti, ¿Así es como me tratas? —dijo la antigua Nat. Lo golpeo en el pecho y se apartó —¿Qué fue lo que salió mal? ¿tienes miedo de que tu familia se entere de lo de nosotros? Llevamos años haciéndolo, podemos seguir borrándoles la memoria y continuar con lo nuestro.
—Es precisamente por eso —Daniel la tomó de las manos y la acercó. La tenía a rango para besarla. —Solo tú conoces los límites de este juguete y eso me asusta. —respiró profundamente y añadió: —A la Natasha del futuro: No encontrarás nada aquí. Por favor, déjalo y comienza de nuevo.
Y Daniel le insertó el cable por la nariz. Nat se apartó, mientras repetía “código de seguridad Proyecto Iris”. Logró escapar gracias al tráfico de personas.
Nat se desconectó del ordenador, disgustada. Pensó que saber el incidente le devolvería todos sus recuerdos, pero seguía siendo la misma de hace meses. Una furia envolvió su cuerpo y dijo: “allá afuera, habrá alguien que aún me recuerde”
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