Antología Literaria Digital
Año 2 Nro 15 Mayo 2017
—Despierte, Señor G
Para Max Goodman no es fácil mantenerse despierto un lunes por la mañana. Ni cualquier día de la semana.
—¡Despierte Señor G!
Su mente vago por un camino del cual se perdió ante tanta imaginación derramada por los faros que iluminan la carretera. Pero su jefe, siempre construye un muro de piedras en mitad de la carretera cuando este golpea la mesa. La vibración de tal golpe sacudió la barbilla de Max que yace en su escritorio. Esa vibración, también es el leve empujón que necesito para ser aplastado por un muro de piedra que le caía encima.
—¡Con un demonio Señor G!, ¡Despierte! Más le vale entregar esas facturas antes del atardecer. Recele a su dios para que sea así. Juro, que si le veo dormir de nuevo, me percatare que la próxima vez… ¡Usted dormirá acompañado de un perro viejo y un bote de basura —Llena de sus mierdas - en las afueras de mi edificio!
Y con un gran azote al cerrar la puerta, el Jefe Gordon abandono la oficina.
Max aun atontando por el despertar, hizo caso omiso a las advertencias. Solo escucho la puerta cerrarse.
Miro su calendario. El día tachado es el 3 de julio del año 2000. Miro su reloj y las manecillas le dijeron que son las nueve de la mañana.
Se levantó de su silla para ver atreves de la pared de cristal. Para su mala suerte, no pudo observar más allá de los demás edificios. Su deseo de ver una puesta de sol en las colinas, en las costas, lo mantienen en sueños, incluso en horas de trabajo.
Con 1883 facturas por revisar, Max apago la computadora y salió de su oficina para darse un respiro.
Al salir de la oficina, Max tuvo cuidado de que nadie lo viera. Y así fue. Todos están ocupados dentro de sus cubículos, atendiendo llamadas de personas que deben dinero.
Conforme camino, se dio cuenta que los «¡Ring!» «¡Ring!» de los teléfonos, se colaron por su oído para incrustarse en su cabeza y rebotar para siempre. El «Tac Tac» de las teclas, golpeados por más empleados, clavo pulsadas de sangre en sus ojos, los parpados le pesaron cada vez más.
Todo va bien, pero algo está mal en Max. Puede escuchar su respiración. Es monótono. Una espina que no puede quitarse, un ardor en la piel que no se va. Es… alguien que se levanta de su asiento para cortarle el paso.
Lo mira, y Max le mira a sus ojos. En ellos, ve el paisaje que soñó.
Aquella mujer dentro de un vestido negro, delgada, y de pelo castaño oscuro le invita un vaso con agua. Un recipiente de plástico blanco que Max golpea sin importancia alguna.
El vaso cayó en la alfombra de terciopelo de color café. La bella dama, que no pudo contenerse, limpio sus lágrimas con su vestido.
Max subió las escaleras para subir a la azotea. Incluso al estar arriba, aún hay ruido. Max solo quiere silencio. Cerró los ojos, y con su sueño y el rostro de la mujer en su mente, camino hasta quedarse sin suelo.
—Despierte Señor G
Para Max Goodman no es fácil mantenerse cuerdo. Ni aunque dejara de escribir las noticas más locas para el periódico.
—Se ve tan lindo cuando duerme, señor G, pero esto es importante, no podrá creer lo que paso esta noche en una de nuestras calles.
Su mente es libre al escuchar la voz de su secretaria, tan cerca de su oído. Aquellos halagos son como presenciar el canto de un ángel que yace en lo más alto de una colina. El, más que nadie, sabe que los enamorados viajan a ese lugar en secreto, solo para besarse. El, y solo él sabe, que esos besos son las olas al golpear la costa.
—De acuerdo Max, dejare esto por aquí, solo asegúrese de enviar la edición antes de las doce.
Y con un beso en la mejilla, La secretaria Gabriela lo abandono.
Max sigue fantaseando, incluso tras el beso. Lo único que llego a notar al despertarse fue el lápiz labial en su mejilla. Esto lo supo gracias al reflejo de una de las esferas del péndulo de Newton.
Tomo su celular para ver la fecha y hora:
"10:15Am. 03/07/00"
Se levantó de su sofá para ver atreves de la pared de cristal. Una silueta que descendía en medio de la nada, lo sorprendió. Aquel hombre parecía que jugaba con su reflejo causado por los espejos de los edificios a su alrededor. Es como si una sombra, tratara de esconderse en un mundo de luces. Pero ese suicidio no es noticia para mañana. Nunca.
Con una nota periodista pendiente, que narra la tragedia de la muerte de un hombre al ser aplastado por un muro, Max, sale de su oficina para darse un respiro.
Max se siente libre al caminar entre los cubículos donde sus compañeros trabajan.
Algunos de ellos, colgaron el teléfono para dejar la llamada en un «¡Rong!» «¡Rong!» Y cesaron los «Tic» «Tic» de los teclados, solo para tratar de entablar una conversación con su amigo.
Todo va bien, pero algo está mal en Max. Puede escuchar su respiración. Es monótono. Una espina que no puede quitarse, un ardor en la piel que no se va. Es…alguien que se levanta de su asiento para invitarle un café.
Max, escucha a la mujer; en su voz, encuentra un infinito placer
Aquella mujer, dentro de un vestido negro, delgada, y de pelo castaño oscuro, mira como los labios de Max se sumergen en el negro del café.
—Dígame señorita, ¿La he visto alguna vez? Me resulta familiar. ¿Nos conocemos de alguna parte? Mi nombre es Max, Por cierto.
La chica del vestido negro sacó un cigarrillo de su bolsillo. Lo encendió y comenzó a fumar.
—Oh sí, nos hemos conocido numerosas veces señor G, solo que usted sigue sin darse cuenta. Recuérdeme como Dora, o mejor aún, como “Aquella figura”.
La mujer soplo y el humo del cigarrillo entro por las narices de Max para aferrarse a su mente.
Max noto un sangrado que provino de su nariz. Sus manos comenzaron a temblar, por lo que ya no pudieron sostener la taza de café. Pronto, sus pies no pudieron con él. Y como con simpleza, cayó al fino tapete azul
—Buenos días Señor G
Para Max Goodman no es fácil recordar todo lo que ha pasado. Tampoco le es fácil dejar de ponerse pedo en las fiestas.
Su mente es oprimida por la voz robótica de su asistente. Es como sentir un impulso en el pecho. Como si una corriente eléctrica pasara por todo el cuerpo, mientras una voz que solo hace su trabajo, exige que vuelva a la vida.
—Hoy es lunes. Usted tiene que comprar el periódico de esta tarde para su padre. Saldar las deudas que encontrara en la mesa, y comprarme nuevas baterías porque…
La voz de su asistente electrónica se distorsiona hasta apagarse.
Aún sigue crudo tras despertar, por lo que no se sorprendió al verse solo en la oficina.
Se levantó del piso. Max, a duras penas sabe en dónde está. Todo da vuelta dentro de su cabeza. Trato de ver atreves del cristal en la pared para orientarse un poco, pero solo la luna y las luces de las calles se hacen presentes.
Con responsabilidades por hacer, Max sale de su oficina.
Max intento caminar entre las sombras. Fue cuidadoso al no pisar el vómito de los ebrios y alguno de sus cuerpos que yacen en el suelo. El edificio y todos ellos, duermen profundamente.
Todo va bien, pero algo está mal…en mí. No lo sé. No puede escuchar su respiración, mi respiración. Es monótono, soy monótono. Ha sido el trabajo, creo que tengo uno, dos, tres, o ninguno. Bueno, malo, bien, no lo sé. Todo va bien pero algo va mal, no lo sé. Esta espina que no puedo quitarme, un picor que no se va, tengo muy poco tiempo para hablar, menos aún para hacer esto, hay algo que falla...es como aquella figura que me ve desde lo lejos, desde las sombras.
La miro:
“Piel pálida, pelo castaño oscuro, figura esbelta, todo negro. Una chica de vestido negro.”
Dora, si, no. No lo sé. Tengo que preguntárselo. Necesito que ella se fije en mí.
Conforme me acerco a ella, me doy cuenta que puedo escuchar mi respiración. También me doy cuenta…De que creo amarla. Sé que es el tipo de persona a la que le puedes contar todo, sin importar que tan malo sea, y aun así, nunca dejara de amarte, porque te conoce. Aunque yo, nunca me perdonare si le llego a faltar el respeto. Nunca jamás.
Ella se posa en lo más alto, arriba de los cubículos. La luz blanca que está por encima de su cabeza, ilumina su figura.
Quizás sea el poco alcohol que hay en mí, pero no tiene su vestido negro. En vez de eso, dos alas, de plumaje negro como la noche, envuelven su cuerpo desnudo.
Me mira. Creo que trata de decirme algo por la forma de su sonrisa; no lo sé. Es posible que ella no sepa que este aquí. Pero siempre la amare, en todas mis vidas.
Extiende sus alas, y comienza su canto. Su dulce voz no es la cima de una montaña, es ella por encima de todos los que viven y perecen.
Conozco la canción. Es la historia donde un mortal se reúne en secreto, con su destino. Una tragedia que está dispuesto a aceptar, porque se aman. Y nuestros besos no son el sonido de las olas al golpear. Su amor es un martillo, y mis labios simples tornillos que ella golpea en cada beso, para sellar mi ataúd. Mi perdición.
Epilogo.
Esta mañana desperté solo, en mi habitación. Realmente, no estoy tan solo.
Recuerdo que hace unas horas en el lobby del hotel en el que me encuentro, mi novia llego a mí con un cálido abrazo. Recuerdo su respiración en mi cuello. Recuerdo susurrar su nombre en su oído seguido de un “Te amo”. Recuerdo, que ella viste como la noche.
Tomados de la mano, y atento a su plática, rentamos una lujosa habitación. La escogimos especialmente por su balcón, en el cual, se puede apreciar un hermoso paisaje acompañado de un atardecer.
Lo que no recuerdo, es el por qué discutíamos después de hacer el amor. Olvide las palabras, más no las imágenes que viví. Estaba enojado por algo, no…más bien decepcionado. Y ella, también. Fue la que más se tomó enserio esto, andaba de un lado a otro, buscando un respiro que pudiera dar. Se vistió únicamente con un vestido, y cruzo por esa puerta negra.
Ahora, varado en mi cama. No he apartado la mirada de la puerta por donde salió. Quiero acompañarla, hacerle entender mi error, que me perdone. Pero temo a que al pasar esa puerta, las cosas sean diferentes.
¿Algún día se cansaría de mi amor?
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