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Foto del escritorUriel Velazquez Bañuelos

Ya Vienen Por Mi

Granuja 8


 




 

Estaban aquí desde un principio. Solo que el smog de la ciudad no nos dejó ver más allá de los rascacielos, no pudimos ver a las estrellas. Ahora, la oscuridad se cierne sobre mí. El agua me llega hasta los las rodillas, pero ya estaba empapado antes de refugiarme. El agua no tiene ninguna temperatura. No me quema la piel, no me hiela los huesos, y sin embargo, estoy temblando. Me cuesta respirar.


Mantengo la mirada a la puerta, con el arma cargada, apuntando a mi frente. El metal helado del arma me hace sudar, el hedor de la pólvora embriaga mi memoria. Ya he bloqueado las ventanas, para que ellos no pasen… aunque no sé qué tanto me servirá. Realmente los hicimos enojar. Saben que estoy aquí, ya vienen por mí. El tejado está goteando, el nivel del agua va en aumento. Se acercan y mi mano tiembla.


Sucedió hace poco, aunque presumo que la causa de su llegada fue por la suma de nuestros errores año tras año. Sali de mi oficina este domingo por la mañana, listo para ver el reportaje de la hora verde; dos horas sin interrupciones por tributo a los animales y plantas que extinguimos en las últimas décadas.


—Una pena por lo de las vacas, sabían tan buenas. —Oí hablar a un viejo. Su voz sonaba por detrás de mí, en la tienda de la esquina. Escuchaba con atención la televisión.


—¿Por qué, si solo daban leche y ya?, no somos lo que hacemos. Quiero decir, nosotros 70% agua, y no somos agua. —Le respondió un joven. Me di la vuelta para verlos. Los trajes protectores me impedían ver con más detalle sus rasgos. El chico no se despegaba de su celular.


—Eran más que eso, idiota, ya lo veras —y dirigiéndose a mí, agregó—Eh, hombre, ¿Verdad que sí?



Asentí con la cabeza. Incluso ahora, extrañó el sabor del queso y las pastas. Les hablé de forma breve sobre las granjas. Me sentía estúpido; No sabía si era por la forma en que describía los alimentos y los animales, o porque jamás logre captar la atención del muchacho. Suspiré. Mi temporizador sonó la alarma de mi traje, recargué la batería de oxígeno, y, ya que estaba en la tienda, compré más. Di las gracias y me marché.


El cielo estaba pintando con el humo que suspiraba nuestra ciudad; las fábricas y automóviles expulsaban sus nubes. Los alimentos no eran lo único que extraño, también los aromas. No recordaba que olor tenía la tierra mojada, o no si eso tenga un perfume como tal. Pero, desde que ellos llegaron, mi nariz no ha dejado de respirar cada esencia de la Tierra.


Camine hasta llegar al centro de la ciudad, a unas cuantas cuadras de mi departamento. Habría subido y descansando, quizás dormido sufriría menos, pero nos atraparon como polillas hacia la luz. Pues el cielo estaba vacío, libre de nuestras huellas.


Un espacio en blanco, rodeado de nubes negras, de esas que guardan los vientos y los relámpagos, brillaba con singularidad. Era como ver un faro en la neblina. Su luz se movía del cielo a la tierra y de la tierra al cielo. Sombras danzaban en el interior de las nubes, y nosotros, sin saber porque, mirábamos sin preguntarnos porque ese aro de luz no nos dejaba sonreír.


La lluvia era fina y constante, pero las gotas de su lluvia no resbalan por nuestros trajes y no ensuciaban nuestras mascaras. Poco a poco nos reunimos bajo la claridad de la nube blanca y sin darnos cuenta estábamos todos ahí. Reconocía a unos cuantos, me sorprendí ver a algunos vecinos. Con los fuertes cambios de clima, y la constante lluvia acida, era entendible quedarse en casa, ha esperar a que las cosas pasaran. El asombro ante el fenómeno llevo a una chica a quitarse el traje. Era delgada, sus ojos brillaban como la obsidiana, y el viento acariciaba su cabello. Un policía le amenazo, le dijo que se pusiera el traje de inmediato. Pero la chica, descalza y vistiendo su pijama, danzaba sobre los charcos. Y al ver que su piel no ardía, que sus ojos no sangraban, poco a poco, fuimos quitándonos nuestros trajes. Y cuando perdimos el miedo por un breve momento, entonces ellos bajaron.

La luz mostro los colores del arcoíris y los esparció por los charcos. Era como si un camión de pintura hubiera chocado y esparcido sus colores por el asfalto. Bajaron del haz de luz, y se revelaron ante nosotros sin pena ni gloria. Aunque, su forma de mover era extrañamente triste, como un el nado de un pez mal herido. Su “Piel” era blanca, como también transparente. Era como ver una imagen distorsionada, pero no perdía forma, se contenía. Un científico habría dicho que son de mercurio, quizás que venían de venus. Yo, estúpidamente, trato de dar sentido a la razón de mi caída. Siempre se teorizaba el cómo y cuándo se creó el universo, y si habrá algo como nosotros allá afuera, dejando de lado el porqué de los eventos.


La chica del pijama se acercó a ellos, y con una sonrisa de oreja a oreja, les extendió la mano. Sus ojos, negros como la noche, le inspeccionaron. No tenían nariz, no tenían una boca. Solo ojos para juzgarnos.


La chica lentamente se dio la vuelta y su sonrisa desapareció. Nos miró a todos con clemencia, y con culpa por no poder decir nada, las risas cambiaron a gritos y llantos en un pestañar. La chica se disolvió ante nuestros ojos.


Quede en shock. La gente corría a todas partes sin saber a dónde ir. Otros tropezaban en lo que intentaban colocarse el traje y escapar. Lo que eran simple charcos sobre el asfalto, ahora fue un lago, donde la luz ya no sé reflejaba. La policía local no dudo en disparar; Pero las balas traspasaban los cuerpos de esos seres como si fuera gelatina, solo para que la bala siguiera su curso y le arrebataran la vida a un incauto que pasaba.


Los seres de las nubes pasaban sus ojos por todo su cuerpo, mirando a las personas, disolviéndolos en un chasquido. La muerte de un policía, que estaba a mi lado, me saco del trance. Desconozco el porque no me mato en ese momento, parte de mi le gusta creer que, esos seres usaban la ecolocación para su visión, y al no moverme, no hacer ruido, no dieron conmigo. Ojalá fuera eso, y no simple diversión, como un gato que juega con su comida.


El policía se desvaneció. Era como ver un relámpago caer, cara a cara; algo tan veloz y tan contundente, paso en cámara lenta. El policía grito, pero su sonido se volvió vapor y ascendió a las nubes. Sus músculos y huesos fueron comprimidos, hasta ser líquido o gas. Y cuando ya de el solo quedo la nada, su nombre se volvió una gota más.


Tomé el arma del oficial y salí corriendo del lugar. A diferencia de nosotros, la lluvia se calmó. Abajo la marea iba en aumento. ¿Dónde está el sistema de alcantarillado cuando se le necesita?, me decía, intentando que un chiste aliviara mi pánico a ser visto por esos seres. Mis pasos eran torpes, por mi condición y por el agua que atrapaba mis piernas. La basura obstruyo mi paso, hasta caer al suelo, raspándome la piel con cada golpe, empapándome de mis seres queridos. Cuando me sumergía, escuchaba el llanto de un millar de personas en cada burbuja. Cuando me levantaba solo veía cielo blanco.


No mire por detrás de mí. Seguí corriendo hasta que llegué a un departamento. Ahora que descanso, mis pulmones arden y mi cuerpo tiembla. Ha pesar de mis caídas el arma no se descompuso. Aun así, de entrar ellos a la habitación, tengo miedo de fallar mi disparo. Cuanto deseo que los llegados fueran como los describían la mayoría; humanoides indiferentes a nuestra costumbre y con la capacidad de comunicarse con nosotros. Así al menos sabríamos el porqué de tantas cosas. Dudas e imágenes bombardean mi mente, dejándome seco, sin aliento. Necesito una lluvia de ideas. No, es lo que ellos quieren. Los escucho, los siento agitarse en el agua. Ya vienen por mí, y mi mano esta firme.


 

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